Twitter: ágora pública y juzgado

Las plataformas digitales centran su modelo de negocio en las emociones, de allí que los sesgos y prejuicios de toda índole se activen y se potencien al juzgar un asunto en este nuevo espacio para la discusión pública.

Cuando se habla de comunicación es imposible no pensar en los medios a través de los cuales establecemos contacto con otros o los lugares en los que se discute sobre los asuntos de importancia para la sociedad.

Desde hace un buen rato el medio es la red y, al menos en Venezuela, pareciera que el lugar es Twitter, que luce como un espacio bastante representativo para el debate público en el entorno digital, a pesar de las brechas existentes que no aseguran una conexión eficaz a Internet. Esta plataforma le da voz a millones de personas que producen contenidos, los influencers que motivan e informan y los que mienten; allí están los que son encumbrados y los que son condenados a través de un juicio exprés.     

Ágora y polis tuitera

Twitter cuenta con más de 400 millones de usuarios en el mundo, y aunque otros sitios digitales lo superan en número, lo cierto es que está posicionada como una plataforma nada despreciable al momento de tomarle la temperatura a los temas sobre los que la gente, los gobiernos, las instituciones, las organizaciones de toda índole, los partidos políticos, etcétera, se interesan.

Acudimos a este servicio para buscar, recibir y compartir información de toda clase, en ella también se debaten asuntos de diversos calibres e importancia; además sirve para dejar en evidencia las acciones e inacciones gubernamentales, para denunciar abusos, para protestar, para hacer común la alegría y la indignación, para propagar mentiras y para desmentir la desinformación.

De modo que en Twitter encontramos la plaza pública, es la polis digital en la que convive el zoon politikón aristotélico, aunque no siempre en ella se materializa la virtuosa vida buena para el ciudadano.

Millones de personas se expresan en Twitter, se manifiestan los acuerdos y los disensos, eso forma parte de los beneficios de una conversación pública. Sin embargo, no siempre es tan sencillo y, más bien, cada vez es más frecuente que en la plataforma se erija una especie de tribunal que juzga y condena sin fórmula de juicio.

En ocasiones hemos conocido de casos lejanos y ajenos que son juzgados al calor del momento, sin que medie la reflexión. Un caso recientemente conocido fue el de la gran cachetada por un chiste en la gala del premio Óscar. Los indignados y los políticamente correctos juzgaron y condenaron con argumentos morales y obviaron la oportunidad para discutir sobre el extenso terreno que abraza la libertad de expresión, para ellos el límite lo pone el ofendido. Peligroso asunto, por cierto.

Pero también el tribunal tuitero ha condenado hechos locales, sensibles, que son despachados sin considerar el grado de veracidad o de mentira. Hablamos por ejemplo del caso de una joven deportista que denunció discriminación sexual en un local en el que se divertía, la jauría no tardó en aparecer, pidieron sanciones, propiciaron el despido de un empleado de seguridad del local, y cuando se expuso la versión ampliada que desvirtuaba lo mostrado inicialmente, el silencio fue sepulcral. Total, ya el juzgado había actuado y el daño estaba hecho.

El síntoma que es Twitter   

Que en esta red social ocurra lo que antes solía vivirse en las plazas, en foros, en universidades, en asambleas ciudadanas o en los medios de comunicación social luce como un síntoma de la desinstitucionalización en varios niveles. Los espacios para el encuentro y la discusión de los muchos asuntos que interesan a la sociedad están reducidos, por lo que Twitter aparece como la válvula que permite liberar presión y temperatura.

Otra cosa que no podemos perder de vista es que las plataformas digitales centran su modelo de negocio en las emociones, de allí que los sesgos y prejuicios de toda índole se activen y se potencien al juzgar un asunto. Así el ágora tuitera no será para la meditación ni para la dialéctica sino para el graderío emocional, que posiciona una tendencia y logra que, por ejemplo, el Ministerio Público venezolano haga suya una oportunidad para pescar en río revuelto en lugar de ser un garante de los derechos constitucionales.

Queda mucho material por exponer acerca del uso de Twitter como el nuevo espacio para la discusión pública; a pesar de los riesgos que ello supone, en el fondo debemos esforzarnos en explorar otras posibilidades democráticas y racionalmente discriminadas que optimicen sus bondades para tejer verdaderas redes cívicas. Sobre todo ahora que el enfant terrible, Elon Musk, ha hecho una oferta mil millonaria para apropiársela, seguida de algunas efectistas promesas que deben pasar por el tamiz de los estándares de la libertad de expresión.

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