Para los jóvenes, las imágenes y las redes sociales son herramientas para compartir la vida (…). Un paraíso en el que diseñan un “alter ego”, un “nuevo yo” donde pueden ser, verse y ser percibidos como quieren y no, necesariamente, como son.
Atraen, cautivan, seducen… las imágenes se posicionan privilegiadamente en el ecosistema comunicacional, se expanden y proliferan ganando miradas. El tiempo invertido en su consumo crece vorazmente. Más aún, se generan interacciones en las que poses, escenas cotidianas y retos van del consumo a la producción. Los jóvenes prosumidores visuales son los más activos y propensos a enganchase con este tipo de mensajes.
La cultura visual y la cultura digital se encuentran estrechamente vinculadas en la sociedad actual. La tecnología que lo hace posible funciona, incluso como una extensión de sus cuerpos, evidenciada en el uso excesivo y la adicción a dispositivos móviles y aparatos electrónicos, planteando otras formas de apropiación y exploración, de expansión y amplificación de sus actividades y relaciones; así como nuevos ámbitos sociales en los que se comparten momentos, sentimientos y situaciones con mayor inmediatez.
¿Cómo comunicarnos con los jóvenes? ¿Cómo captar su atención? La imagen es la clave. La imagen es el mensaje. El elemento visual se hace presente en las relaciones entre los jóvenes, quienes, a través de las redes sociales, emiten mensajes visuales que son respondidos con otras imágenes, ya sean fotografías, memes, íconos, símbolos, stickers y emojis,que refieren a estados de ánimo (en Facebook, por ejemplo, se expresan en primera persona: me gusta, me encanta, me divierte, me sorprende, me entristece, me enfada).
Pero, los jóvenes no solo se expresan a través de las imágenes sino que con ellas cubren necesidades psicológicas y sociales. En este sentido, estudios como los de Martínez (2010) proponen una relectura de la teoría de los usos y gratificaciones (McQuail et al., 1972) en el contexto de la era digital, identificando los siguientes:
“Diversión (cubre la necesidad de satisfacción a nivel personal y distracción), Relaciones Sociales (incluirse dentro de un grupo de personas afines y poseer un sentido de pertenencia donde ejercer un rol), Identidad (cubre aspectos físicos y psicológicos de la persona que se proyectan a través de las impresiones publicadas en nuestra red social) y Vigilancia (capacidad de mantener al día el perfil del usuario y para atender a las actualizaciones del resto de los miembros)”. (Martínez, 2010)
La necesidad de nombrar, describir y ordenar nos sitúa frente a términos como civilización de la imagen e iconósfera para remitir al protagonismo de lo visual en el sistema comunicacional.
En sintonía, surgen categorías como la “Generación Z” que incluye a aquellos nacidos en los últimos años de los 90′ e inicio de los 2000. Estableciendo conexiones entre ambos planteamientos, Prada (2016) propone el concepto de “generación espejo” para aproximarse a las prácticas juveniles mediadas por la imagen en las que “la relación de afecto ha cambiado de la caricia física a la caricia virtual”.
Los selfies son emblemáticos en este sentido. Se asumen como un acto de autosuficiencia en el que se prescinde del otro para la captura fotográfica y se subraya la autoexhibición, autoexpresión y autorrepresentación.
Mediante las imágenes se muestra, testifica y relata. Participar en estas narrativas, implica entender sus dimensiones, preferencias y cambios, y manejar códigos comunes. No se pueden ignorar o menospreciar estas transformaciones.
Los afectos y emociones juegan un papel determinante, al punto que las imágenes de mayor difusión por las redes sociales refuerzan la idea de proximidad, cercanía e interacción (a través de likes, íconos de respuestas, comentarios, réplicas y repetición de mensajes), además de la experiencia lúdica, estética y creativa derivada del uso de filtros y la elaboración de fotomontajes.
Las imágenes sintetizan mensajes que, a la vez, resultan más atractivos para quienes los reciben, lo que permite la construcción de referentes propios y la incursión en conversaciones de mayor alcance en las que es posible emitir y recibir contenidos asociados a determinadas características del sector juvenil como energía, frescura, atrevimiento, diversión, sexualidad, entre otros. De manera tal que en el entorno digital “las fotos ya no recogen recuerdos para guardar sino mensajes para enviar e intercambiar” (Fontcuberta, 2011).
Dejar a un lado los prejuicios que banalizan estos modos de expresión e interacción es un paso fundamental. Reconocer los nuevos formatos y disponerse a entenderlos, son actitudes esenciales.
Para los jóvenes, las imágenes y las redes sociales son herramientas para compartir la vida. Ellos crean códigos estéticos, praxis performativas y estilos visuales a través de los cuales popularizan gestos y expresiones que se posicionan y diseminan por las porosas vías de un ciberespacio que asumen como hábitat ideal, como un paraíso personal en el que construyen su imagen, deciden, fabrican y desechan lo que miran. Un paraíso en el que diseñan un alter ego, un “nuevo yo” donde pueden ser, verse y ser percibidos como quieren y no, necesariamente, como son.
Referencias
Fontcuberta, J. (2010). La cámara de Pandora. La fotografía después de la fotografía. Barcelona: Editorial Gustavo Gili.
Martínez, F. (2010). “La teoría de los usos y gratificaciones aplicada a las redes sociales”. En Nuevos medios, nueva comunicación. Recuperado de http://www.ntic2012.yolasite.com/resources/17%20Mart%C3%ADnez.pdf
Prada, W. (2016). “La diversidad de la mirada. Reflexiones sobre fotografía y cultura visual”. En Aproximaciones a la lectura del selfie (pp. 42-51). Maracay: Ediciones Prada Escuela de Fotografía.