Los partidos políticos en la era de la desinformación

Partidarios del candidato presidencial opositor aguardan el arribo de Henrique Capriles a un acto de campaña en Caracas, domingo 7 de abril de 2013. Capriles enfrenta al presidente interino Nicolás Maduro en los comicios para elegir al sucesor del difundo presidente Hugo Chávez el 14 de abril. (AP Foto/Ariana Cubillos)

Obviamente la desinformación no es un proceso novedoso que a todos ha sorprendido en la actualidad, todo lo contrario, la tradición viene desde hace muchísimo tiempo. En el ejercicio de la política y en las disputas por el poder, especialmente, es un tema de enorme importancia por los impactos que ha generado y sigue generando en la historia de las naciones.

Pero hoy día, con el avance de las comunicaciones digitales en cuanto a alcance e inmediatez de la información, este fenómeno se ha acrecentado velozmente en la última década, tanto así, que esparcir bulos en las redes sociales se ha hecho demasiado barato y fácil para personas y grupos sin o con pocos escrúpulos a la hora de desprestigiar o debilitar a sus adversarios políticos.

Vale decir, que la desinformación se ha convertido en una herramienta demasiado valiosa para manipular a la opinión pública respecto a líderes y partidos. Y tanto está impactando el fenómeno, que el desapego de la gente hacia los partidos ha venido creciendo con mucha rapidez en los últimos tiempos.

La denominada antipolítica se ha convertido en protagonista en muchos procesos electorales alrededor del mundo. La gente viene identificándose cada vez más con líderes que aparecen de la nada o sin trayectoria, pero con un conocimiento cabal de las nuevas tecnologías de la comunicación, con lo cual, logran hacerse del reconocimiento público sin necesidad de contar con maquinarias partidistas. Es decir, con el abuso de la desinformación se ha potenciado la fragmentación del liderazgo y, al propio tiempo, se ha debilitado la imagen de los partidos políticos ante la ciudadanía.

Los sistemas políticos y los contrapesos institucionales necesarios para garantizar la convivencia democrática están severamente afectados por el fenómeno de la desinformación. Una especie de bumerán se ha devuelto con tanta fuerza hacia quienes, por intereses particulares, se afianzaron en ella para alcanzar fines. Por lo tanto, el autoritarismo ha venido ganando excesivo protagonismo en muchos lugares poniendo en entredicho el funcionamiento de la democracia, incluso como sistema.

Aquí entra la nueva realidad geopolítica global impulsada desde hace algún tiempo por China y Rusia, cuyos gobiernos, son extremadamente centralizados y concentrados con una preeminencia cuasi absoluta hacia la economía en desmedro de la participación ciudadana.

En este marco, los partidos organizados deben intensificar los esfuerzos por mejorar sus formatos de comunicación política para impulsar agendas que reivindiquen la democracia y a sí mismos, como instituciones de gran valía para la interlocución entre la sociedad y el Estado.

La desinformación no es un fenómeno gratuito ni inocente, más bien, es una herramienta perversa de manipulación orientada a destruir moralmente; causando un daño superior al que cualquier arma bélica pudiera realizar. Sus efectos se orientan a la destrucción de los contrapesos, al cuestionamiento permanente de la legalidad y a la utilización del miedo y del odio como elementos de activación de las masas contra determinados propósitos. En fin, toda un arma de destrucción masiva que emplea cada vez con mayor eficacia, las redes sociales en detrimento de la democracia como sistema.

Conocer de primera mano los mecanismos para desactivar bulos tendenciosos es una tarea que no se puede postergar más. Las organizaciones políticas, sociales e incluso económicas, deben articular esfuerzos para promover centros investigativos y operativos contra la masificación de la desinformación. La democracia lo agradecerá en el corto, mediano y largo plazo puesto que este fenómeno ataca directamente y socava, el formato de convivencia de acuerdo a normas consensuadas al que tanto le costó llegar a la humanidad. Los partidos tienen esta enorme responsabilidad que no puede demorar más en vista de los ataques despiadados que sufre la verdad por estos tiempos digitales.

Hay que tener muy claro que con desinformación y libertad de expresión restringida no hay posibilidad alguna que la democracia se realice como sistema. Los líderes y sus organizaciones deben comenzar a remar en la misma dirección si se trata de garantizar las disputas por el poder en unas reglas claras e igualitarias para todos.

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