Las oportunidades parecieran desaparecer a la vista de los jóvenes. Datos de la Enjuve 2021 dan cuenta de una población que se redujo por la migración, otra que está sumida en la pobreza y sin interés en una carrera universitaria. El acceso a la información es otro derecho que quedó replegado
Como en un efecto dominó, María Hernández vio caer su sueño. De lunes a viernes iba de Guarenas a Caracas a clases en la Universidad Central de Venezuela (UCV). Estos viajes fueron una materia más para poder llegar al cuarto semestre de Sociología. Se sentía agotada, perseguir buses, encontrar efectivo y llegar a tiempo a clase fue la asignatura más difícil.
El gasto en comida, la falta de profesores, el costo de las guías, sumaron una nueva dificultad que no le permitió avanzar académicamente: “Me tocó retirarme a principios de 2020”, dice, “fue una decisión impuesta”. Estudiar en Venezuela no es posible para muchos, al menos no cuando además de cargar libros, se lleva consigo un país en emergencia humanitaria y, ahora, los estragos de la pandemia de la COVID-19.
“La situación del país cambió por completo mis objetivos, graduarme ya no era uno, sino salir del país para poder conseguir oportunidades que aquí en Venezuela no creo que pueda tener”, dice María a sus 22 años de edad. Aunque se siente resiliente, sabe que ha perdido mucho: pasar tiempo en la universidad, salir con sus amigos o convivir con su familia.
María sobrevive con la venta de productos que su hermana le envía desde República Dominicana. La Encuesta Nacional sobre Juventud (Enjuve) 2021 de la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB) da cuenta de una población de jóvenes que se redujo por la migración, otra que está sumida en la pobreza y sin interés en una carrera universitaria. Viven un contexto poco divertido: sobrevivir cerró el camino a nuevas experiencias o a desarrollar proyectos vitales.
“La idea de soñar pareciera una realidad imposible. Los sueños que pueden devenir de ese proceso se parecen más a pesadillas que a sueños reales, lo cual no quiere decir que en el país no se pueda hacer nada o alcanzar ciertos proyectos, pero para la mayoría de los jóvenes parece una realidad distante; por no decir una fantasía”, explica Abel Sarabia, psicólogo de Cecodap.
En Venezuela, hay 6.817.000 de jóvenes -entre 15 a 29 años-, un poco menos de un millón con respecto a 2013, refleja la Enjuve. La mitad de esta población son pobres en términos de ingresos y las mujeres predominan en los quintiles menos aventajados. Solo la mitad cree que una carrera universitaria (45 %) o técnica (5 %) le ayudaría a enfrentar el futuro. El resto se decanta por trabajar, hacer cursos cortos o aprender un oficio.
Las oportunidades se acortan para ellos. Han visto cerrar empresas y comercios, suspender materias por falta de profesores y estudiantes. Despedir familiares, enfrentar apagones, racionamientos eléctricos, vivir sin agua, además de una profunda crisis económica y política forma parte del día a día.
Sin empleo ni educación
Para Guillermo Bello, de 23 años de edad, las palabras que definen su juventud son “incertidumbre” y “adaptación”. “En este momento de crisis muchos jóvenes hemos perdido la libertad, estamos restringidos en muchos aspectos: económicos, profesionales, entre otros”, lamenta.
En julio de 2021, Bello se graduó de abogado en la Universidad Monteávila, aspiraba a trabajar en una firma importante o en una empresa en donde pudiese crecer profesionalmente. “Conseguir empleo, por lo menos un buen empleo, ha sido cuesta arriba. He enviado mi currículum a varios lugares, sin embargo, muy pocos se han comunicado conmigo y, los que lo han hecho, sus propuestas no resultan atractivas”, comenta Bello.
Casi la mitad de los jóvenes (47,1 %) piensa que los problemas económicos más importantes tienen que ver con el acceso a empleos, el alto costo de la vida y la escasez de alimentos. A otro 18,6 % le preocupa la pobreza, los deficientes servicios de educación y salud, la migración y los problemas de desnutrición.
Las etapas normales y experiencias legítimas, explica Sarabia, están interrumpidas. La renuncia a aspiraciones profesionales y personales forma parte de esa pesadilla para acomodarse a una juventud truncada que impone la sobrevivencia en Venezuela. Entre 2013 y 2021 la reducción de oportunidades se refleja en un aumento del doble de exclusión. Creció la proporción de jóvenes que ni estudian ni trabajan: En 2013 fue 23 % y en 2021 llegó a 37 %.
Cada vez más los jóvenes abandonan la escuela por la percepción de falta de pertinencia. El bajo retorno educativo no sólo es problema de la educación sino también de la oferta de empleo, explica la Enjuve. Esto se evidencia en los 880.000 jóvenes entre 20 y 24 años que dejaron su formación académica en medio de la emergencia humanitaria y la pandemia del COVID-19.
En julio de este año, Nicolás Maduro promulgó la Ley de la Gran Misión Chamba Juvenil para asegurar la inserción laboral y productiva de los estudiantes universitarios. La tarea de esta ley sería sumar a 2,5 millones de jóvenes.
Pero está lejos de ofrecer garantías para lograr la independencia económica. El 18 de noviembre, la cuenta en Twitter de Bonos Protectores Social al Pueblo informó del pago a través del carnet de la patria a quienes pertenecen a la misión. El monto fue de 3,50 bolívares, para entonces, 0,70 dólares. Este programa fue creado en junio de 2018.
Entre las organizaciones juveniles la misión tiene sus detractores: “Chamba Juvenil es sobre todo un programa táctico del Gobierno para captar jóvenes al sistema de dependencia que han gestionado, no nace con una visión de desarrollo ni los concibe como agentes de cambios. Ha servido para que el chavismo movilice a los jóvenes como maquinaria electoral”, piensa Verónica Chopite, socióloga y cofundadora del Observatorio de Juventudes. Para Chopite el programa afianza la esclavitud moderna en el país, además, critica la poca transparencia en el proceso de selección.
Venezuela ya tenía una Ley de Primer Empleo Juvenil que aprobó Maduro vía habilitante en 2014. Para entonces habló de un empleo digno: “No es empleo esclavo como quiere la burguesía amarilla y todos estos sectores”. Indicó que el desempleo juvenil era de 10 %. Sin embargo, la Enjuve 2021, refleja que el desempleo en los jóvenes (33 %) es muy superior al del resto de la población activa.
“No hay una protección estatal ni referente a los jóvenes que están desempleados, tampoco incentivos para que busquen empleos de calidad, simplemente no los hay”, dice Andrea Mesa, coordinadora de Formación de la Enjuve. El país requiere, en palabras de Chopite, una ley que genere empleos seguros con empresas que respondan a programas de primer empleo.
Condenados a la propaganda oficial
A Bello le gustaría encontrar en los medios de comunicación información qué opciones tienen los jóvenes sin empleo. A Hernández, leer sobre organizaciones sociales que dan ayuda, también sobre la participación de los jóvenes en la defensa de los derechos humanos.
Pero el sistema de medios públicos, explica Chopite, no hay una propuesta que le hable a los jóvenes. “Es un sistema que está cargado de propaganda oficial. No hay acceso a conocer sobre oportunidades, sus intereses, derechos, por ejemplo, que sepan de la Ley de Primer Empleo”, enfatiza.
Esta propaganda ha permeado. Si bien la Enjuve señala que mitad de los jóvenes dice que la democracia es el mejor sistema político, un 22,1 % prefiere un régimen autoritario y a otro 27, 5 % le da lo mismo una democracia que una dictadura. Para Chopite estos porcentajes son un reflejo de la desinformación. Mesa agrega que esta población, entre 15 y 29 años de edad, son jóvenes que no han vivido en otro sistema político: “Se denota que existe un daño profundo”.
En medio del drama humanitario, la información se repliega. “La lógica que impera es la supervivencia, evidentemente vamos a vivir enfrentados a que la información es un lujo que no nos podemos permitir. Esto produce la desmovilización social”, opina Sarabia.
También destaca que los jóvenes no están siendo prioridad para el Estado: “En la campaña electoral del año pasado no encontramos una apuesta que permita pensar siquiera en la generación de empleos dignos, oportunidades de estudios, capacitación. Hemos retrocedido en nuestra capacidad como sociedad de generar proyectos de vida y aspiraciones. No podemos aspirar a que únicamente nuestras luchas sean por luz, agua, comida, transporte público”.