El bajo costo de mentir en elecciones

Hasta hace muy poco tiempo los venezolanos llegábamos a los días previos de cualquier contienda electoral con una instrucción muy precisa: “compren comida porque seguro se prende”, refiriéndose a actos de violencia motivados por alguna de las partes.  La verdad es que nunca se prendió nada, al menos ese día.

¿Cuáles son las premisas sobre las cuales se sustentaban esos supuestos actos de violencia o desestabilización? Casi nunca existían y lo único que pretendían era enrarecer la toma de decisiones del electorado.

Tenemos ya muchos años y muchos procesos de campañas extravagantes, de polarización extrema, de temor infundado y de falsedades descaradas, que lejos de disminuir siguen en aumento

Miénteme como me gusta

El problema es que a nadie le cobran un falso testimonio dicho en una tarima, en un medio de comunicación o en redes sociales. El costo de mentir durante una campaña es sustancialmente bajo y al menos en Venezuela nos hemos acostumbrado. Muchas veces vemos expresiones que descalifican a un candidato por no ser lo “suficientemente vivo”: un eufemismo para decir que debe mentir más y ser más agresivo.

Aunque no es un fenómeno exclusivo de Venezuela, las campañas electorales, lejos de ser la oportunidad de difundir y explicar un programa de gobierno, suelen ser un listado de mentiras en dos direcciones: por un lado, planes de gobierno insostenibles de candidatos a alcaldes, o peor, a concejos municipales, que son capaces de prometer mejorar el suministro de agua o de electricidad, aun cuando no es su competencia. Una prueba de la ligereza con que se toman las declaraciones en campaña.

A las ofertas delirantes hay que agregar otro tema: la descalificación del contrincante. Inventar prontuarios, decorar con insultos que van desde los tradicionales apátrida o corrupto hasta los de nuevo cuño como alacrán o colaboracionista, son parte de un paisaje electoral que en Venezuela poco ha variado en este siglo, al menos en esa materia.

El otro aspecto que lleva la mentira electoral a un nivel superlativo es la difusión de estudios de opinión. Aparecen encuestas sin firma, de encuestadoras que nadie conoce o supuestos trabajos de campo que no pueden ser desmentidos por sus autores a la misma velocidad que se difunden por redes y grupos de WhatsApp. Inflar las expectativas entre los seguidores es probablemente la primera tarea de un candidato y si las posibilidades son bajas, recurrir a la mentira es una opción, sobre todo si nadie va a exigir una rendición de cuentas.

Del toque de diana a la baranda

En Venezuela, el día de una elección normal son pocos los hechos relevantes que ocurren y se puede hacer una planificación de la agenda informativa con muy poco margen de error: en la mañana se instalarán las mesas y las informaciones pendularán entre la normalidad y el retraso. En el resto del día todo girará en torno a la afluencia de electores: pocos, muchos, así como las irregularidades que se presentan como los abusos del Plan República, algún elector mudado de centro o actos de violencia que en menor o mayor medida suelen ocurrir. Eso hasta llegar a la hora del cierre de las mesas y finalmente el momento del primer boletín, que en Venezuela se tarda mucho más que en cualquier parte del mundo, a pesar de lo automatizado del proceso.

Ese día los rumores se elevan a su máxima expresión, sobre todo cuando las elecciones son reñidas. Es un día de fábulas que comienzan con más fuerza cuando la agenda noticiosa cesa. El tiempo que transcurre entre el cierre de mesas y el primer boletín es cuando se elevan los nervios y salen a pasear todos los fantasmas de los grupos de WhatsApp y el correo electrónico. Exit poll, consultas a boca de urna, datos de alguien que está dentro del CNE, son siempre las supuestas fuentes que respaldan unos resultados improbables, irreales y a veces hasta risibles. Mucho peor es cuando algunos candidatos, se resisten al peso de la evidencia y se mantienen diciendo que ganaron cuando todo apunta a una derrota aplastante.

El problema sigue siendo el mínimo costo que tiene mentir durante una campaña electoral. Bajo la premisa de que el fin justifica los medios se le perdona y aplaude a los candidatos ya no interpretaciones sin base, sino mentiras descaradas que nunca aclaran. Que sus electores no le exijan rendir cuentas por todas las falsedades dichas durante una campaña es el principal incentivo para seguir haciéndolo; que se haya normalizado las mentiras dichas en campaña, que al día siguiente hagan borrón y cuenta nueva y vuelvan a presentarse como si nada ocurrió, solo favorece el enquistamiento de liderazgos y es el punto de partida para una nueva agenda de mentiras en la próxima elección.

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